* Admiración sin enviar
(Por Rafael Jolie)

A Yavv

Descubro que mi saludo es más sincero. El suyo huele a pez muerto. Genera desagrado. En mí, desconfianza, inseguridad, aunque su carácter facundo pudiere convertirlo en líder de alguna compañía. Va en busca del éxito con sus ideales y lo admiro, pero lo ha enseñado sumiso, perezoso, como queriendo abarcar la vida sin contar con la muerte. Ahora está en medio del océano su balsa, y él, náufrago en casa. Siento la ausencia ser la vecina suerte quien golpea su espalda como pródromo innato al gehena inmutable de lo que resta de su vida. Quiere ser su propio jefe y yo el mío. Ser los pioneros de nuestro sistema. Líderes en el mercado empresarial. Son ideas. En él, vagas. Menciono vagas por su inestabilidad emocional, de actuante. Hace poco comenzó con la construcción de la fachada de lo que será nuestro imperio. Ha logrado levantar un edificio únicamente con ladrillos. No sabe cuántos necesita para terminarlo. Y cómo ha de saberlo si ni siquiera sabe cuántos animales de cada especie subió Moisés al arca o cuántos meses tienen veintiocho días. Pero lo admiro. Admiro su tenacidad para los negocios, más no apruebo los que lleva sentimentalmente. Ha permitido que ella vacíe el dinero de su caja registradora cada domingo. La odia. La ama. La besa, y a sus espaldas escupe los residuos que ella deja en su boca. La abraza y yo queriendo asfixiarla con uno de los míos. Él es prudente, pero no tanto, aún así lo admiro porque tiene deseos y la fuerza para seguir luchando.

* Amor secreto
(Por Leandro Múnera)

¡No, no hagas eso! –expresaron sus labios una vez sueltos-. De inmediato unió su cabeza a la de ella en un gesto por esconder su única reacción de casta pena sintiéndose culpable.
Mis piernas tiemblan con sólo sentir tus labios en los míos. Caería al abismo si no estuviera entre tus brazos. Ni mis ojos atreven a reflejarse en los tuyos por vergüenza. Discúlpalos. Y también disculpa a mis manos, míralas, siéntelas, son un manojo de nervios. Casi no logran sostener firme tu rostro. Pon tu mano en mi pecho, escucha con ella los latidos de mi corazón. Escucha cómo él bombea cada vez más sangre a todo mi cuerpo tan rápido que podría morir inmersa si nadara en su caudal.

-No te sientas mal por ello, si vociferas ser esta mi culpa –dijo Doranel-. No pretendía incomodarte y por eso soy yo quien te pide excusas. Ahora sabes lo que siento por ti. Ahora lo sabes. ¿Ahora comprendes por qué te decía que las horas pasan tan rápido cuando estamos juntas?

-¡Melina! ¡Es hora de entrar! –gritó su padre desde su alcoba.

-Ve. Haz caso al llamado de tu padre protector. No incomodes su angustia. Mañana, o ya cuando el inexacto tiempo lo permita, hablamos. No pediré que medites lo que ha pasado porque sé que lo harás. Más bien ve y trata de descansar porque yo también lo haré.

Ambas se despidieron besando cada una la mejilla de la otra como solían hacerlo. Melina cerró la puerta de su casa sin volver la vista como nunca. Ocupó su cama con su perfecto cuerpo joven y lo cubrió con las sedosas cobijas que Doranel ha anhelado ser; en una de sus inesperadas cartas a Melina, ella, sencillamente, lo había expresado:

“(…) Quisiera ser la sedosa cobija con la que cubres tu cuerpo joven cuando intentas resguardarte del frío buscando calentar tus pies”.

Cinco días pasaron para estar juntas de nuevo. Aquel sentir, a mis ojos, se había desvanecido, aunque disfrutaban el volver a verse. Optaron por seguir siendo las mejores amigas en lugar de perderlo todo en el juego del amor. ¡Qué decisión tan inconforme para unos cuantos! Pero no lo era para ellas. Concluían que sus familias no aceptarían si llegarán a tener algo más que una afable amistad, pues estos acaecen en su tradicionalismo. Sólo ellas sabían el real motivo y no lo divulgaron jamás. La noche anterior confirmé algunas secretas cartas de amor que continúan enviándose:

“Si no tuviera nada más que decirte, o nada más que ver la melancolía en tus ojos, o la sequía inundando tu piel por falta de reales caricias (…) pediría ser la arcilla y tú mi moldeadora para que hicieras conmigo lo que te hace falta”.

Doranel.


“¡Oh, ángel de mis noches! Proclama en las puertas del Edén nuestra llegada. Urde palabras inmunes para conquistar las letras prohibidas (…). Déjame ser el título de tus poemas, la letra de tus canciones, (…) la modelo de tus pinturas…”.

Melina.


“Permite que mis manos lleguen hasta tu corazón donde poder plantar la imagen que verás de mí en tus recuerdos (…). Ni la lluvia será tan ácida como para deshacerla en su intento (…). He olvidado qué son las penas cuando te refugias candente en mi pecho tímido, y cuando al unísono cantamos: ¡Te amo!”.

Doranel.

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