* El sótano de la casa
(Por Lady_oscuridad)

Recientemente compré una casa a un tipo muy raro que parecía estar deseando deshacerse de ella. Lo único que me dijo fue que tuviera cuidado con el sótano, que en el ocurrían cosas extrañas. En ese momento no le di importancia, porque el hombre parecía que estaba loco y además apestaba a alcohol. Tuve que arreglar la casa por que estaba muy deteriorada por el tiempo. Mientras lo hacía me di cuenta de que las puertas y las paredes tenían marcas como de arañazos, como si alguien hubiera rajado las paredes con sus uñas. Tapé las marcas de las paredes y luego me fui a dormir. En mitad de la noche, unos gritos espantosos me despertaron. Los gritos parecían venir del sótano. Me levanté de la cama y me dirigí al sótano. Justo en el momento que habría la puerta del sótano los gritos cesaron, bajé muy despacio las escaleras y encendí la luz y me adentré en el sótano. Tuve una extraña sensación. Era como si algo me observase entre las sombras, un escalofrío recorrió todo mi cuerpo, mi corazón latía muy rápidamente y por mi nuca caía un sudor frío, miré hacia las paredes del sótano y vi que las marcas de los arañazos habían vuelto a aparecer, después de que yo las hubiese quitado. Fui hacia la chimenea y encontré unos periódicos que no se habían quemado del todo. Miré la fecha de los periódicos y me di cuenta de que tenían unos 30 años. En ellos, salía una noticia, que decía que se habían producido unos asesinatos en una casa a las afueras de Texas, al parecer un hombre normal y toda su familia habían sido asesinados, sin dejar rastro de sus cuerpos. Nunca encontraron los cuerpos, era como si la tierra se los hubiese tragado. En el periódico salían unas fotos de los sucesos y en ellas se veían en las paredes arañazos como los de mi casa, me di cuenta de que esos crímenes se habían producido en mi casa, por eso el vendedor estaba tan eufórico al venderla. Dejé los periódicos donde estaban y me fui a dormir....A la mañana siguiente, encontré todas las paredes escritas, en ellas decían:

"Ayudanos", "huye o él te matará". "Él te observa".

Era como si me estuvieran avisando, miré hacia el suelo y vi una especie de cruz que marcaba el suelo. Cogí un martillo y empecé aromper el suelo. Cuando ya llevaba unos cuantos metros toqué algo duro como una madera, seguí rompiendo hasta llegar a aquel objeto. Era un ataúd, poco a poco abrí la tapa, mis manos temblaban y mi corazón parecía que me iba a explotar, terminé de abrirlo y vi que dentro habían dos cuerpos, el de una mujer y el de su hija. Sus caras coincidían con las del periódico. Pero en el periódico decía que también había muerto un hombre, pero en el ataúd no había ningún hombre. Los cuerpos tenían unas marcas y unas ropas como las que se utilizan en rituales satánicos. Me puse muy nervioso e intenté salir de hay lo mas rápido posible. De repente algo me golpeó la cabeza y caí inconsciente al suelo. Mientras estaba inconsciente tuve un sueño. En el sueño salían la niña y su madre, eran las mismas del ataúd y me decían una y otra vez:

"Te habíamos avisado" "Te habiamos avisado" .........................................no paraban de repetir eso una y otra vez.

Al rato me desperté. Estaba todo oscuro, no podía ver nada, era como si estuviera en otro sitio. Estiré la mano y toqué una pared, yo estaba acostado boca arriba, ¡era un ataúd, estaba dentro de un ataúd! Estaba encerrada en un ataúd.Grité con todas mis fuerzas pidiendo ayuda pero era inútil nadie me oía. Arañé el ataúd con las uñas, me estaba destrozando las uñas con la madera, las astillas de la madera penetraban en mi piel como si nada, yo no sentía nada de lo nerviosa que estaba. Me puse a pensar quién o qué me había hecho esto. Solo alguien realmente malvado podía hacer algo así. Poco a poco, el ataúd iba perdiendo oxígeno, mis parpados se desvanecían y yo empezaba a caer en un sueño eterno.


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* La autopista fantasma
(...)

RELATO DE UNA HISTORIA SORPRENDENTE SUCEDIDA EN EL TRAYECTO ENTRE BALTIMORE Y NUEVA YORK

La carretera principal que va de Baltimore a Nueva York, al llegar al kilómetro 12, se cruza con una importante autopista. Se trata de un cruce muy peligroso, y en muchas ocasiones se ha hablado de construir un paso subterráneo para evitar accidentes, aunque todavía no se ha hecho nada.

Un sábado por la noche, un prestigioso doctor neoyorkino -del que evitaremos reproducir su nombre-, regresaba a su casa después de asistir a una sala de fiestas country. Al llegar al cruce redujo la velocidad y se sorprendió al ver a una deliciosa jovencita, vestida con un traje largo, de fiesta, haciendo auto-stop. Frenó de golpe y le hizo una señal para que subiera a la parte trasera de su descapotable.

- El asiento de delante está lleno de palos de golf y de paquetes -se disculpó-. Y a continuación le preguntó:

- Pero, ¿qué está haciendo una chica tan joven como tú, sola, a estas horas de la noche?

- La historia es demasiado larga para contarla ahora -dijo la chica-. Su voz era dulce y a la vez aguda, como el tintinear de los cascabeles de un trineo. - Por favor, lléveme a casa. Se lo explicaré todo allí. La dirección es North Charles Street, número XXXX. Espero que no esté muy lejos de su camino.

El doctor refunfuñó y puso el coche en marcha. Cuando se estaba acercando a la dirección que le indicó ella, una casa con las contraventanas cerradas, le dijo:

- Ya hemos llegado.

Entonces se giró y vió que el asiento de atrás estaba vacío.

- ¿¡Qué demonios...!? -murmuró para sí el doctor-. La chica no se podía haber caído del coche, ni mucho menos haberse desvanecido.

Llamó repetidas veces al timbre de la casa, confuso como no lo había estado en toda su vida. Después de un largo tiempo de espera, la puerta se abrió y apareció un hombre de pelo gris y aspecto cansado que lo miró fijamente.

- No sé como decirle, qué cosa más sorprendente acaba de suceder -empezó a decir el doctor-, una chica joven me dió esta dirección hace un momento. La traje en coche hasta aquí y...

- Sí, sí, lo sé -dijo el hombre con aire de cansancio-, esto mismo ha pasado otras veces, todos los sábados por la noche de este mes. Esa chica, señor, era mi hija. Murió hace dos años en un accidente automovilístico en ese mismo cruce donde usted la encontró...


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* El niño del cementerio
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UN GRUPO DE ADOLESCENTES SUFREN UNA EXTRAÑA APARICIÓN EN UN CEMENTERIO

Nunca había creído en los espíritus hasta que, hace un par de meses, fui por la noche con mis amigos al cementerio. Al llegar, nos pusimos a jugar al escondite y me tocó pagarla a mí.

Cuando acabé de contar escuché un ruido en la zona de los nichos más viejos y fui hacia allí esperando pillar a alguien. Pero no fue así. Al principio no veía nada, aunque poco a poco me fui acostumbrando a la oscuridad, y entonces le vi.

Era un crío pequeño que parecía estar muy triste. Yo me quede muy sorprendido. ¿Qué hacía ese crío allí? Antes de que pudiera decir algo, el crío se desvaneció en el aire. No me había asustado más en toda mi vida.

Casi nadie me creyó, pero yo estoy convencido de que aquello fue real. Lo peor fue, que pocos días después, buscando información, leí que veinticinco años antes, y esa misma noche, un niño había muerto en el cementerio en extrañas circunstancias.


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* La noche de los demonios
(...)

Esta no sólo es una historia más de terror.

En si es un relato verdadero vivido, en si por personas comunes, como tú o como yo, que un día por suerte de este destino les sucedió algo que cambiaría sus vidas para siempre:

Eran las cinco de la tarde, en la vieja casona en la que estaba restaurando ya hace dos días, ya caía la noche.

Mis trabajadores y yo decidimos pasar la noche allí. En un cuarto entre palas y sacos de material improvisé una cama. A mi lado estaba Juan, uno de mis amigos y colaborador, al costado de él Fernando, mientras que Pedro preparaba la comida y Javier miraba nuestros diseños.

Tirado por el cansancio, empezaba a quedarme dormido cuando en el exterior del lugar donde me encontraba, se empezaron a oír pasos, cada vez se iban multiplicando, pensé que sólo era parte de mi imaginación.

En un susurro corto, con algo de temor escuché que Juan me decía:

– ¿Lo oyes? Responde, ¿lo oyes?

Sin abrir mis ojos respondí:

– Si, hay alguien en la sala principal.

Javier se levantó de pronto y tomando en una de sus manos una de las palas decidió bajar para ahuyentar a quien estuviera molestando, mientras que Juan tomaba una de la puertas de tabla y con mi ayuda la íbamos a colocar en la entrada.

Se me hizo raro que Pedro no se levantara a ayudarnos, pues parecía profundamente dormido.

- ¡¡¡¡¡ABRE ESA PUETA CARAJO!!!!! –Gritó Javier mientras se acercaba corriendo hacia la habitación.

Con la mirada perdida y ya sin aliento se tiró al piso boca arriba.

- ¡¡¡¡¡CIÉRRALA QUE ME SIGUEN!!!!!

- ¿QUIÉN? CARAJO, RESPONDE ¿QUIÉN TE SIGUE? –Decía Juan mientras tapiábamos la puerta con los sacos de material que teníamos en el cuarto.

Luego todo fue silencio, sólo miradas fijas en una sola persona, Pedro se encontraba suspendido en el aire con sus manos entre su garganta como intentando liberarse de alguien o algo que le estaba estrangulando, su desesperación se notaba en su rostro ya morado por la falta de oxígeno.

Dejé a Javier y me lancé sobre Pedro con el intento de tirarlo al suelo, mas con un fuerte golpe fui lanzado por los aires.

Fernando sacó su correa del pantalón y mientras gritaba:

– ¡¡¡¡¡SAL DE AQUÍ CABRÓN, HIJO DE…!!!!!

– Comenzó a azotar el cuerpo de Pedro, que repentinamente cayó al suelo. Y como si alguien huyera de la habitación, algo empujó a Javier que estaba en la entrada.....

Mientras yacía tirado en el suelo aún aturdido, escuchó como los ruidos se transformaban en pasos y a su vez estos se iban acercando más a la habitación. Adolorido por el golpe y lleno de temor por lo que había visto, decidí seguir atrancando la entrada, mas un olor nauseabundo empezaba a entrar desde el exterior de la habitación.

La puerta que en realidad era una tabla clavada a otras verticales, dejaban ver parte del corredor. Y por esas hendijas entraba aquel olor. Fernando atendía a Pedro. Juan, Javier y yo apilonábamos los últimos sacos sobre la puerta.

– POCCCC. –La puerta improvisada se estremece frente a nosotros y de entre las uniones de las tablas se ven un par de dedos, no garras, serían algo así una mezcla de las dos.

Entre tubos nos arrinconamos hacia un costado de la habitación. Mientras que los golpes en la puerta no dejaban de sonar uno tras otro más y más fuertes, estos mezclados con varios gritos del exterior de la habitación.

Estuvimos hacia algo más de una hora –aunque a mi parecer parecían mil-.

Empezó a cesar el ruido y mi curiosidad crecía aun más que mi temor soltando a Pedro que yacía en mis brazos, me dirigí a la puerta para ver a través de las hendijas.

Las imágenes que se presentaban, cambiaban mi forma de pensar, yo no creía en nada de ello pero allí estaban, demonios de varias formas castigando a hombres, condenados, atados por cadenas de cuellos, pies y manos, otros cercenados con sus heridas sangrando en vivo.

Horrorizados por ello regresé a mi lugar sin hablar, no por que quisiera, más porque no podía, esas imágenes me habían dejado mudo, sentí que sólo mis ojos se movían, más nada.

Los ruidos cesaron de poco en poco, más nuestro temor no.

Las primeras luces del alba entraban por las ventanas descubiertas de la vieja casona, y en mi ser no veía la hora de salir de allí. Con Pedro, cargado por Juan y Javier, salimos, cautos y sin imaginar nada de lo que encontraríamos.

En medio de la sala principal, una hoguera viviente había sido encendida, restos humanos aún humeantes habían sido el combustible utilizado en ella, y con sangre un gigantesco pentagrama lo rodeaba.

No indagué más, sólo salí, no volví. Ya de esto son algunos años pero no ha pasado por completo. Día tras día soy perseguido, no soy el único sino también quienes me acompañaban esa noche, sólo espero que esto termine.


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* La Dama de negro
(...)


Veréis, todo empezó hace unos años en un lugar de la costa Gaditana exactamente en los caños de Meca Cadiz. Todos los años voy allí a pasar unos días de paz y sosiego. Una noche que estaba dando un paseo por la orilla del mar, como cada día, me pareció escuchar un lamento, miré y no vi nada. Me asusté y seguí mi paseo, aunque algo intranquila, ya que cada vez se oían más cerca los lamentos. Corrí como alma que lleva el diablo y me caí en la huída dándome un golpe en la frente con una roca. No sé si perdí el sentido, pero ví cómo una mujer se me acercaba y me miraba, yo tendida, y sin fuerzas para levantarme. Ella era tan hermosa que perdí todo el miedo y le pregunté qué quería de mí. Ella no decía nada, sólo me miraba con tan dulce rostro, pero ella se desvaneció con una bruma muy espesa. Yo casi sin poder moverme me fui a casa y no dije nada a nadie por si me tomaban por loca, o me dijeran que todo fue del mamporro en el tarro. No sé, la cuestión es que no dije nada.

Mi intranquilidad llegaba a mi cuerpo según venía la noche. No sé por qué, pero ese lamento me inquietaba a medida que la nocturnidad venía. Me fui con mucha excitación a pasear y cuando ya casi ni pensaba en la dama de negro, volví a sentir el lamento. Mis pelos se irisaron a tal velocidad que casi me quedé helada de frío, y del miedo no sabía decir qué tenía más. Me refugié detrás de una barca y de pronto... la ví detrás de mí. Mi corazón se aceleró a mil por hora y mi cabeza me decía que corriera, pero mis músculos estaban helados, no podía moverme. Ella me atravesó. Se metió dentro de mí y ví cómo lloraba. Estaba de pronto yo, en un puerto, viendo el horizonte, y el crepúsculo me acariciaba. Ví un barco alejarse y mis lágrimas me ahogaban de pena, pero ¿por qué? De pronto me ví otra vez en el resguardo de la barquisa y ella se alejaba de mi en una bruma y desapareció de mi vista. Me quedé paralizada un rato del miedo y volví a casa con tal terror que no salí en varios días de casa. Con mucha inquietud quería saber qué pasaba con la señora de negro, ¿por qué tantos lamentos? ¿Por qué ese barco en la lejanía? Pregunté a todos los pescadores de Barbate y Conil, y por supuesto a todos los vecinos de los caños, y nada, nadie saciaba mi curiosidad. Ya casi cuando me quedaban ya tres días de mi estancia allí, volví a mi paseo nocturno y cuando llegué al faro de Trafalgar, quien lo conozca sabrá que hay una cuesta muy grande antes de llegar y que está al lado de los campic, el caso es que la señora estaba allí ante mis ojos llorando. Me acerqué con mucho valor y le pregunté:

– ¿Qué le pasa señora, por qué llora?

Ella me miró y me dijo con una voz muy dulce:

– Espero a mi amado. Se marchó por fortuna y prometiéndome que volvería, y no vuelve. ¿Le has visto tú, mi dulce niña?

Esas palabras me llegaron al corazón. Le prometí que si lo veía le diría que volviera, y dándome las gracias desapareció en la misma bruma de otros días. De esto fue hace ya unos años, y varios años después descubrí por qué su amado no volvió. Las cosas del destino.

Una señora muy mayor me contó que su hijo se fue al extranjero por fortuna para casarse con una bonita muchacha, pero que su barco se hundió y no pudo cumplir su promesa de volver. Esa noche corrí al faro para contarle lo sucedido a la señora de negro y ya en el faro la ví en el mismo lugar de la última vez, en pie y con la vista al horizonte esperando. Le conté lo ocurrido y ella me miró, pero otra vez se me metió dentro de mi. Ví cómo una barcasa se acercaba al faro y una silueta me saludaba, era el amado que volvía a cumplir su promesa. Salió de mí y se alejó al mar en dirección a su amado. Era tan bello ver como se reunieron los dos, cogidos de la mano. Se disiparon en la bruma, y no antes de mirarme y darme las gracias, yo emocionada, me puse a llorar, pero no de pena, sino de alegría.

Sé que no morimos del todo, ahora sé que después de la muerte está la nueva vida con los seres queridos que un día nos dejaron. Ellos están hay, esperándonos, y yo espero mi hora para reunirme con mi amado.


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* La confesión de un vampiro
(Por Drakontos)

Parece una eternidad lo que llevo en éste mundo, y aún estaré durante mucho tiempo aquí...

En éste momento siento curiosidad por conocer la verdad sobre la existencia de otros como yo, por eso ésta es no solo la confesión de mi subsistencia, si no una llamada para sacar de las sombras a aquellos que comparten mi naturaleza, si es que existen.


No es una historia hermosa, es oscura y llena de sombras. En verdad ni siquiera es una historia, son sólo trazos de ella. Quizá en otra ocasión cuente más sobre mí a aquellos que quieran oírlo.

Sin más, he aquí mi relato, llamada, confesión...

Soy el eterno y humilde adorador de la oscuridad, porque me llamó y protegió cuando aún era un infante. Celebro el ocaso. Vago por los lugares ocultos al abrigo de las tinieblas, intentando rodearme de la soledad suficiente como para que tome sentido aquella que habita en mi, pero nunca es suficiente.

Mi alma es ahora piedra gris resquebrajada.

No recuerdo el día exacto de mi nacimiento como vampiro, pero rondaba los cuatro años. Tampoco recuerdo el nombre de mi hacedor. Lo que si sé con certeza es que mi completa transformación no es inmediata, como dice la ficción. En mi caso, fue un proceso que duró en torno a los doce años. No obstante, las características de mi naturaleza se hicieron patentes a los pocos meses: sentía un rechazo absoluto a la luz del sol, me volví taciturno y misántropo, y desde luego el alimento humano no sentía efecto en mi, aunque como descubrí en mi sufrimiento diario, incluso un vampiro recién nacido puede existir muchos años sin alimento.

Siendo tan joven ignoraba completamente las causas de mis repentinos cambios. La ciencia tampoco logró dar una explicación satisfactoria a mis síntomas. Tan sólo especulaciones nacidas de la ignorancia.

A pesar de no haber tenido un mentor que me enseñase a cazar, entorno a los quince años de edad humana el ansía era tal que, como movido por resortes, comencé a buscar presas con la sola orientación del instinto. Y tuve éxito, pero aún tenía que aprender a sacar toda la esencia de mis víctimas. En cualquier caso, mi aprendizaje es otra historia.

Desde entonces hasta hoy muchos han sido mis viajes. He visto el rostro de los que darán cuenta de mí cuándo termine mi existencia, he conocido a los vivos, y he conocido muchos tipos de criaturas no-muertas, algunas tan extrañas que se devoraban a si mismas hasta la extinción por pura debilidad. En cualquier caso, mis aventuras son otra historia. No he invertido muchos años humanos en mis viajes, empero son siglos para un vampiro como yo. Los vivos no aprecian la escala de tiempo en la que transcurre mi existencia. Aparentemente envejezco como ellos. Sólo las líneas de mis manos y en alguna ocasión mis ojos revelan mi auténtica edad, gracias a un buen alimento.

Ah! Si, mi alimento... Quizá ésta sea la verdad más distante de lo que acostumbra la ficción. Me nutro de la esencia de los vivos, de aquello que más necesitan para mantener su condición. Lo tomo especialmente de mujeres hermosas, quizá como tributo a lo que pueda quedar de humano en mí.

Disfrazo mi rostro con el maquillaje de la pasión humana, y de éste modo aceptan mi beso, pero es sólo un espejismo. Al poco quedan atrapadas por el adictivo proceso que puede durar días o incluso años. Es fascinante observar que no desean escapar de aquello que para la mayoría traerá la extinción de su condición humana.

Algún mordisco, si, pero sólo metafórico. Un guiño irónico a toda la superstición que rodea mi mundo.

En el momento que quedan vacías, de algún modo muero con su humanidad, pero sigo adelante con fuerzas renovadas.

Lo que ocurre con estas recién nacidas es otra historia.

A lo anterior se traduce mi vida vampírica. A caballo entre los caminos sinuosos de la noche solitaria y las encrucijadas de almas donde encuentro mi sustento.

Podría decir mucho más, pero es suficiente.


Relato tomado de www.drakontos.net
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* Las Monjas
(Por Nuria)

Una joven de 18 años se quiso meter en un convento de monjas después de tres años de estudios religiosos. Mirando un plano, la chica llegó a la puerta del enorme caserón tétrico y misterioso.

Picó a la puerta y las monjas le recibieron. Esa noche al lado de la cama en la mesa de la habitación que le habían designado, encontró la carta de una chica que, al parecer había estado en el convento hace tres años. Decía:

Querida familia, este convento está poseído por el Diablo. Las monjas no son humanas. Por las noches juegan con la Ouija y no hablan, hacen ruidos muy extraños. Ayer bajé a un sótano que hay en la habitación del piso de abajo. Intenté avisar a la chica que está en la habitación de al lado, pero cuando entré en la habitación, vi que otra chica se estaba comiendo sus pies, miró hacia atrás y me vio. Tenía toda la cara deformada. Bajé corriendo al sótano y abrí la puerta de golpe. Allí estaba el hombre que Reagan me describió en su historia. Que no tenía cara porque se la había comido de pasar hambre. Tengo miedo. Ayer cuando intenté salir se comió la mitad de mi brazo. Por favor venid a buscarme.
Trazy.

Allí se acababa la carta, la joven, intrigada, bajo las escaleras y abrió la puerta del sótano para ver lo que había en su interior y al abrir la puerta vió una cama que tenía una niña muerta atada, sin un brazo, sin ojos, y en la cabecera estaba escrito con sangre: Trazy.

La chica corrió a buscar a las monjas que estaban fuera pero cuando salió y miró hacia arriba, vió volar a las monjas sin brazos y sin piernas, pero cuando se dió la vuelta…

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* Quince horas
(Por Doranel R.J.)

No sé qué hacer con ella. Me mira confundida con sus ojos tan temerosos cada vez que me paro en frente sin decirle nada mientras me ve sosteniendo en mi diestra el bisturí. Se ve tan frágil e inocente atada en la Cruz del Salvador, pero entonces recuerdo lo que hizo y regresa el antiguo deseo que me llevó a esto. Me acerco a ella e intenta gritar, pero su boca amordazada no la deja, ni mucho menos logra librarse tras cada forcejeo, entonces decide llorar intentando conmoverme. Quisiera cubrir sus ojos, pero necesito que vea lo que voy a hacer, quiero que vea morir a su amante pedofílico. Vuelvo la cruz, en donde está crucificada, a la izquierda. Él a penas despierta de la influencia del narcótico que le di a beber antes en su trago de ron. Cadenas y grilletes en sus manos lo sostienen desde el techo de mi santuario profanado, y otras que surgen del suelo están aferradas a sus pies. Una vez consciente trata de darle sentido a su estado actual. Abofeteo su rostro y, aunque también está amordazado, sé que ya siente dolor. Eso estaba esperando.

– ¿Recuerdas lo que me hiciste? –le pregunto-. La mira a ella y asiente con la cabeza.

– Bueno, ya sabes lo qué te va a pasar –le digo-. Comienza a inquietarse. Forcejea un momento hasta que se da cuenta que es vano el esfuerzo. Se ve desesperado, un poco malhumorado, e invadido por un terror asfixiante. No sé si esas serán las reacciones últimas de los malditos violadores cuando saben que van a morir. Por fin ve que llevo un bisturí en mi mano y mueve la cabeza de izquierda a derecha negando su infortunio, clamando piedad.

– Mira, allí cavé profunda tu tumba para cuando mueras –le digo-. Quiero que estés cerca del infierno, tanto como me hiciste estarlo mientras me violabas.

Logro ver una lágrima que empieza a recorrer su asqueroso rostro, y tras ella surgen otras dirigidas al mismo punto, ahora sé que está arrepentido, pero ya es tarde.

– Acabaré lentamente con tu virilidad –le digo-. Quiero verte sufrir aún más de lo que yo sufrí. Sacaré tu ojo derecho; eso por haberte fijado en mí. Cortaré esas manos que osaron tocarme y mutilaré tu cabeza después de intentar encontrar tu corazón.

No alcanzo a diferenciar cuál de los dos está más aterrado, si él por su pre-muerte, o ella sin saber su suerte.

– Contigo aún no sé qué hacer –le digo a ella mientras me mira impactante-. No sé si cortar tus senos de madre para que no puedas amamantar a nadie en el otro mundo y sacar tus ovarios para que no vulvas a engendrar hombre alguno. O simplemente cortar tus venas y verte morir desangrada, y enterrarte con él para que estén juntos aún en su desdicha así como lo estuvieron en la mía. Ya habrá un momento para ver qué hacer contigo.

De inmediato comienza a llorar, a forcejear atada en la cruz con tal fuerza que prontamente se cansará de hacerlo. Miro el reloj. Justo son las cinco. Vaya coincidencia. Pronto caerá la tarde. Entonces esto será lo último que escriba. Ya es hora.

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* Relato de una tragedia
(Por Rafael Jolie)

Una vez por semana ella me buscaba para contarme lo que pasaba en lo que una vez fue su dulce hogar. Ocasionalmente recurría a mi porque le daba el amor que su madre le negaba, se sentía segura a mi lado, sin ninguna preocupación. Recuerdo que en una ocasión me dijo:

– ¡Profe’, estoy aburrida de vivir en mi casa!

Me miró y esperó a que le preguntara el por qué:

– Mi mamita querida me pegó otra vez con la correa grande de mi papito porque mojé la cama y no le avisé, y esta vez me dolió más porque la correa estaba mojada –eso dijo mientras me mostraba la marca de la correa en sus piernas-. Sus ojos comenzaron a llorar y volvió la vista al suelo avergonzada por ese accidente. En otra oportunidad me contó que su querida madre le escupió en la boca sólo porque le dijo que no quería almorzar. Me dijo que había sentido una molestia en su estómago, y a pesar de haberle advertido, a esta no le importó. Su madre creyó que había sido una treta de la niña para no comer. La obligó a hacerlo y ella enfermó. No asistió a clases por una semana. Fui y la visité. Le regalé un osito de peluche, y lastimera me agradeció con una tierna media sonrisa; a su madre no le gustó el detalle y pronto me hizo retirar. Tanto mis colegas como el coordinador y el rector de la institución dimos aviso a la comisaría de familia. La madre fue detenida durante cinco meses por maltrato infantil, y en ese transcurso recibió ayuda siquiátrica. Luego de ser liberada, todo pareció cambiar para bien en ojos de Salomé, su hija de nueve años, pues ya se veía más alegre en la escuela. Fueron tres semanas de una vida familiar tranquila. Pero un día esa señora sorprendió a su esposo con otra mujer, y esto hizo que entrara en un ataque de cólera. Encerró a Salomé en su cuarto y esperó a su marido en la sala. Cuando llegó, ella no se hizo esperar y lo abofeteó. Él le respondió con su mano empuñada en la cara rompiéndole la nariz. Salomé escuchaba intranquila cómo su madre vociferaba cantidades de palabras que ni entendía, así es que se las arregló para salirse de su cuarto y disimuladamente se dispuso a averiguar lo que pasaba. En seguida ella huyó de casa como su padre le advirtió y fue a dar a la mía. Y esto me dijo mientras veía la angustia y el desespero en su pálido rostro bañado en lágrimas:

- ¡Profe’, profe’, escóndame que mi mamita me quiere matar como mató a mi papito!

Ni siquiera obvié sus palabras, pues sabía cuál era la situación en lo que una vez fue su dulce hogar. Pronto di aviso a las autoridades que no se hicieron esperar. Cuando llegaron sólo encontraron el cuerpo sin vida de Leonardo, el padre de Salomé; en realidad él era su padrastro. Él murió acuchillado. Alba Luz, la madre de Salomé, había dejado caer con tal fuerza algún cuchillo de la cocina en la espalda de su esposo y dos muy cerca al corazón. Acabó el día y Alba Luz no aparecía. Las autoridades me visitaron para saber el estado de la niña. Estaba dormida cuando la vieron. Primero la llevaron al hospital y allí estuve con ella hasta el amanecer. Luego la llevaron a la estación de policía donde unas personas del bienestar familiar la esperaban para hacerse cargo de ella. Pero me permitieron llevarla a mi casa, pues aún figuraba como su padre en su registro de nacimiento.

La relación que tuve con Alba Luz empezó a decaer al año que nació Salomé. El dinero que al principio les envié, ella lo gastó para conquistar a Leonardo, quien fue mi mejor amigo; ella no lo sabía. Él siempre respetó y cuidó de mi hija, y se lo agradecía. A través suyo le hacía llegar a Salomé todo lo necesario.

Tres días después de la tragedia la policía me visitó de nuevo. Habían encontrado el cuerpo sin vida de Alba Luz en las afueras del pueblo. Tal vez lo que hizo la llevó a suicidarse. Con el mismo cuchillo se había cortado el cuello. Sin querer, Salomé escuchó la noticia y no hubo una reacción preocupante en ella. Corrieron algunas lágrimas por sus mejillas, y luego me abrazó. Ya en la noche le conté que ella era mi hija. Me dijo que ese siempre había sido su sueño y ahora se sentía muy feliz. A la mañana siguiente la policía y los paramédicos me encontraron sobre la cama de mi hija llorando su muerte. Murió de un derrame cerebral que se le despertó debido a un anterior golpe que su madre le había manifestado. Cada noche antes de dormir Salomé me visita y entre dormido la escucho decir: ¡Buenas noches papito querido!

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* Relato de un sueño
(Por Leandro Múnera)

Tengo la certeza que los sueños son tan reales como la vida misma; siempre traen un mensaje. Está la posibilidad en que haya uno o varios sueños que no recordemos, y si no los recordamos no es porque nos sean insignificantes sino porque alguna viva luz aventurera que ha escapado de su encierro alcanzó a iluminarlos e hizo que nos cegara y entorpeciera en su destino. Los sueños viven en la oscuridad de nuestra mente, ese es su mundo, y ha de serlo por siempre.

***
En esta casa no hay un sueño seguro desde hace tres días. No hay tranquilidad iniciada la media noche. Duermo en el cuarto último al final del pasillo y siempre despierto a la misma hora, suceda o no suceda: ver mis cobijas amontonadas en el suelo, y la espesa bruma de la noche que me envolvía abandonar mi cuerpo y un aroma tan fresco como el de la flor más pura y virgen del huerto disiparse con mi respiración agitada. En seguida, el céfiro enviado musita a mi oído sentencia que recuerdo: “O mi leal amador”. Era una voz dulce y tan atrayente de alguna mujer que de momento me hechizó. Al salir el céfiro por la ventana, eso lo sé porque cuando lo hizo movió las cortinas, lo seguí esperanzado por ver a esa mujer al otro lado, pero sólo estaba la luna encendida en lo alto del cielo golpeando parte de la tierra con su luz veraniega. Al sentirme a salvo en mi alcoba de nuevo, volví en sí, y escribí la sentencia en la pared para no olvidarla ni en la mañana. Aunque no era claro, sé que ya había oído antes esa sentencia en alguna parte. Al despertar realmente, pasé todo el día en casa tratando de recordar su origen sin hallar una satisfacción.

A la noche siguiente, el sueño pareció prolongarse un poco más. Estaba a solas en la orilla de alguna isla en la costa con la vista perdida en el horizonte sobre el ancho mar. Era una cálida noche. La luna y las estrellas habían desaparecido una por una a causa de la espesa niebla, y no me importó. Seguí esperando que pasara algo, y no sabía qué.
De pronto se encendió una luz de fuego en el occidente que llamó mi atención; se dice que todo lo proveniente del occidente es la contraparte del bien, y la voz dulce y atrayente de esa mujer se dejó oír:

“O mi leal amador,
do lealtad vivía,
no quiero vivir sin ti,
que el vivir muerte sería,…

…al tiempo de esas palabras una sombra se acercaba atravesando la niebla y terminó diciendo:

“recíbeme allá contigo
y ansina desaparecería”.

Desperté con mi respiración agitada en tanto ese fresco aroma de rosas tan puro y virgen se disipaba, y la espesa bruma que me envolvía abandonaba mi cuerpo y recogía las cobijas amontonadas que estaban en el suelo. En seguida, el céfiro enviado musitó de nuevo a mi oído la antigua sentencia que recuerdo.

Jamás vi su rostro, sin embargo, ahora tenía una idea acerca del origen del sueño y de esa sentencia; lo cual me llevó a recordar la historia de Hero y Leandro, dos desgraciados amantes de la mitología griega que, según se dice, el amor que ellos se tenían simbolizaba el carácter efímero de la felicidad:

Se sabe en Grecia que Leandro, llamado también “El Abideno”, por ser de Abidos, ciudad situada en el lado asiático del estrecho de Dardanelos, cada noche cruzaba a nado el Helesponto para ver a su amada Hero, sacerdotisa de Afrodita en la ciudad de Sestos, situada en la costa europea del mismo estrecho, frente a Abidos. El joven se guiaba por una lámpara que Hero mantenía encendida en la ventana, a lo alto de la torre en la que vivía. Allí, Leandro permanecía con ella hasta el amanecer y regresaba de nuevo a su casa anado. De este modo pasaron juntos haciendo el amor muchas noches de verano. Pero llegó el invierno con sus tempestades y Hero siguió dejando la lámpara encendida en su ventana y Leandro desafiando las traicioneras aguas del estrecho. Por fin una noche, durante una violenta tempestad, el viento apagó la lámpara de Hero y Leandro se perdió en medio de las olas y la oscuridad y se ahogó. A la mañana siguiente, Hero se asomó a la ventana y vió, al pie mismo de la torre, el cadáver del joven. En su dolor, y desesperada, se precipitó desde lo alto de la torre y cayó junto al cuerpo sin vida de su amado, perdiendo así la suya.

Pasé la noche anterior sin dormir recordando la historia y su significado, o ya por miedo de encontrarme con esa mujer en la penumbra y no conocerla, ya sin precisar por qué me buscaba cada media noche en mis sueños, ya por poseer esa dulce y atrayente voz hechicera de mis sentidos, ya…ya no quería dormir, pero había algo familiar en ella que me incitaba a hacerlo.
Hoy ha comenzado a llover. La noche ha llegado pronto, y el café ya no ayuda. Al fin la fuerza de mi cuerpo comienza a flaquear. No me queda más que rendirme al encuentro con mis sueños. Sólo tengo la certeza que los sueños son tan reales como la vida misma, y tal vez allí no estaré a solas cuando duerma.

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* Una fábula porteña
(Por Fabián González)

No es fácil encontrar el residuo de lo gótico en Buenos Aires. Es una ciudad de eterna vigilia, en donde lo mundanal ha ahogado lo fantástico y los relatos no tienen oyentes. Tal vez es cierto que ningún fantasma ha caminado por sus calles, que ninguna maldición se ha posado sobre sus casonas antiguas. Pero me basta caminar por la madrugada, en ese único momento en que la gran ciudad duerme para saber que sigue existiendo magia en sus veredas. Es una sensación, tal vez un sonido, un murmullo. Es un instante en que la muchedumbre durmiente no puede silenciar a los espectros. Esos fantasmas emiten su discurso pronunciado en antigua y desconocida lengua. Tratan de contar lo que les pasó a los transeúntes despreocupados, sumidos en el dolor de las almas que no estén en el cielo pero tampoco en el infierno. Y es entonces cuando yo, un romántico, un poeta, me pongo a escuchar sus relatos. Aunque no puedo entenderlos me gusta mecerme en sus palabras que dicen -yo lo sé- algo importante. Me gusta sentir que soy uno de los pocos que sabe sus secretos. Pero cuando la gente comienza a despertar, ellos callan y yo vuelvo a ser Raél Wilde, un loco, un fracaso. Aquel día había visto a un niño hurgando en la basura, a un par de borrachos cantando al unísono una vieja canción y a una prostituta ejerciendo su oficio. En las calles del barrio de Balvanera no es nada fuera de lo comían. Vivo en una casona en avenida Independencia, donde mis abuelos me educaron desde muy pequeño. De mis padres sólo existe una sombra. A veces recuerdo una sonrisa, unos labios finos, pero el accidente sólo me dejó fotografías e imágenes inconexas. Mis abuelos habían muerto dos años atrás, mi abuela primero y después mi abuelo. Los espectros, la música de un viejo tocadiscos y la frondosa biblioteca familiar eran mi única compañía. Cuando los rayos de sol comenzaron a asomar y no había nada más que escuchar en las calles, volví al hogar. Me aguardaron dos horas de éxtasis poético, escribiendo pulcros versos, que serían condenados al fuego cuando la mañana siguiente me sorprendiera con la falta de talento. Luego me sumí en la obra de Poe y en la fina prosa de Lovecraft. Leí alguna monstruosidad porteña de JJ Bajalída, pero no quede satisfecho. Me levanté para tomar un libro más, para ahondar más en ese laberinto de roble que contenía fascículos inéditos coleccionados por varias generaciones. Un tomo ennegrecido por el tiempo me llamó la atención. Fue por esa idea singular de lo estético que me había acompañado durante toda mi vida. Un libro de esas características, polvoriento, antiguo, no podía dejar de tener saberes dignos de conocer. Estética de alquimista, decía mi abuelo, burlándose de mi ingenuidad. Pero mi intuición -lamentablemente- no falló esa vez. Abrí el fascículo. "El Manifiesto de Aurelio", señalaba la primera hoja en tono imponente. Ante mi asombro era un manuscrito. Identifiqué la letra de mi abuelo, fina, ese tipo de letra que se ha perdido. Señalaba ser una traducción de un original en latín escrito en el siglo XVII. Parecía ser más una obra sensacionalista, que algo digno de mi atención.

Estuve a punto de cerrarlo y volverlo a colocar en su estante en la biblioteca, pero por algún motivo comencé a leerlo. Había algo en la forma en que estaba escrito, algo en las palabras, que lo dotaban de un terrible realismo; por más de que había muchos hechos fantásticos que no creería ni un chiquillo de cuatro años. Era la vida de un abad francés, Aurelio, que había estudiado la cábala y alquimia.

"Dios es invisible ante los ojos de los hombres; y sus hijos no deben desear ver su rostro", decía mi abuelo citando en su faena de traductor al religioso. Rescataba los morbosos rituales que había llevado a cabo aquel sujeto del pasado, hombre que nunca debió haber existido para bien de mi cordura y el de todos sus lectores. Aurelio vivió en Normandía. Huérfano, se crió en una abadía entre monjes. Hacia la adolescencia comenzó a llevar a cabo un profundo análisis teológico, que lo llevó a estudiar fragmentos de antiquísimas obras. Ya en su madurez comenzó a practicar la magia para acercarse a Dios "pero el Supremo permanec\'eda distante, alejado". Comprendió que la mejor forma de estudiar a Dios era a través de la magia negra. Se acercó a los dioses paganos a quienes los antiguos europeos rendían pleitesía. Estudió la magia negra y descubrió cultos que habían sobrevivido desde la antigüedad hasta el presente. Supo que tras todo sacrificio, tras todo ritual existía una entidad, así como existía un Dios que la había creado. Practicó actos impuros y bailó junto a las brujas en sus aquelarres. Envejeció entre los males del mundo, pero su fin era santo, digno de un hombre de Dios. Quería acercarse al Supremo y para ello debía recurrir a su antítesis, al mismo demonio. Ya en su lecho de muerte, consiguió cita con el Maligno. La figura oscura acudió a su puerta, entró impetuosa a su habitación y le susurró al oído:

-Toda la vida has tratado de ver algo que no existe. Yo soy el único y el de siempre. Ahora la muerte te recoge y sabes que no hay más que dolor tras el umbral. Más dolor aún por la esperanza perdida. Vi crepitar las hojas del trabajo de mi abuelo. La bebida me ayudó a olvidar... olvidar por un tiempo aquello que había leído. Pasaron días antes de que pueda salir nuevamente a las calles. Pero cuando el valor regresó, ahí estaba devuelta la madrugada de Buenos Aires, con sus espectros ignorados. Seguían balbuceando su discurso intangible. Pregunté a ellos si era cierto pero permanecían distantes, imperturbables como siempre. Una mano se posó en mi hombro. Reconocí detrás mío, en el fantasma que se me presentaba el rostro antaño afable de mi abuelo.

-¿Qué pregunta te aflige?
-¿Es verdad? ¿Es verdad que no existe?

Sonrió y se perdió en la neblina matinal.

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* Reflexiones de un condenado
(Por Antonio Jara de las Heras)

Cuando alguien sabe con certeza, como yo mismo, que todos los sufrimientos y angustias de esta insulsa y trivial existencia material carecen de interés si se tienen en cuenta todos los ciclos de existencia Primigenia y eterna, sólo le queda esperar a que llegue su postrer día.

Llegar a estas conclusiones no es fácil, ni siquiera trabajando en ello se da normalmente con unas pistas que siempre, en principio, tienen una explicación racional. Pero yo, que en ningún momento busqué los horribles eslabones que me llevaron a lo que cualquier persona podría llamar locura, sé mucho, más de lo que quisiera, y no me suicido directamente porque quizá tras la muerte todo me sea revelado con mucha más claridad, y entonces haya algo de verdad en lo que cuentan ciertas religiones sobre un infierno eterno.

La investigación llevada a cabo por dos inocentes detectives españoles hace unos años reveló la existencia de un Ser, el Supremo Necromante, que se alimenta de las almas y cuerpos de sus acólitos. También otras personas, o fragmentos de ellas, han sido condenadas a una ignominiosa existencia eterna formando parte de la estructura viva y muerta a la vez de Tilonac.

Por desgracia, yo leí el relato que el pobre Felipe Carrión dejó escrito antes de su muerte, y fui a la casa del Ser, y lo vi, y me olió. Desde entonces mis miembros palidecen y mi tensión es cada día más baja. Mi sangre es ahora su sangre y pronto perderé la vida.

De la familia que desapareció en Fuenleón eligió los brazos, de los pobres detectives la mente. De mí parece que le ha gustado la sangre. Sólo me queda esperar a que mi corazón no tenga nada que bombear, y ojalá que no haya vida después de la muerte.

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* El corro de la patata
(Por Eugenio Barragán)


No sé que estoy haciendo aquí. A mi lado izquierdo, cogido de la mano, una señora vestida de criada con su cofia, su mandil y un vestido oscuro. A mi lado derecho, un bombero con su casco, ambos miran impertérritos hacia el frente.

No sé que hago aquí. Estoy como flotando en la nada. Y como todos miro hacia el frente bajo está luz tenue. Veo a un ejecutivo portando su maletín. A su lado izquierdo está un mecánico con sus manos repletas de tiznajos negros y de grasa, y a su lado derecho un recluso con su traje de rallas.

Nos ponemos de cuclillas, y nos volvemos a levantar, alzamos los brazos, y seguimos mirando sin mirar, de frente o al frente. Estoy consternado, no puedo expresar mi desagrado, ni siquiera articular las facciones de mi cara. Compruebo espantado de que estamos bailando al corro de la patata, pero nadie canta; sólo hay una extraña música de fondo,... una música sacra.

Una persona mira nuestros movimientos mecánicos, y anota no sé que en una libreta. Siento terror al fijarme en unos detalles de mis compañeros de baile: la criada tiene parte de su cara quemada, el bombero está azul, parece que se esté ahogando, el mecánico tiene las tripas rebosando de su abdomen, el ejecutivo tiene el corazón y el marcapasos colgando de su pecho, el recluso tiene una navaja clavada en su espalda.

Yo sigo sin saber que estoy haciendo aquí, como flotando, sin saber porqué estoy bailando esta danza macabra... quizás sea un sueño,... un maldito sueño del que no tardaré en despertar. Pero dejaron de bailar, las manos se deshicieron de manos y los cuerpos siguieron flotando en la piscina de formol.

Las luces de la sala se iluminaron y una serie de médicos forenses comenzaron a examinar las víctimas de sus autopsias. El jefe médico comenzó a explicar la situación de cada uno de los cuerpos inertes. "Todos los casos son evidentes. Por lo que comenzaremos con éste que tiene cara de extrañeza y asustado, en el fondo nadie sabe por que está aquí.

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