* Quince horas
(Por Doranel R.J.)

No sé qué hacer con ella. Me mira confundida con sus ojos tan temerosos cada vez que me paro en frente sin decirle nada mientras me ve sosteniendo en mi diestra el bisturí. Se ve tan frágil e inocente atada en la Cruz del Salvador, pero entonces recuerdo lo que hizo y regresa el antiguo deseo que me llevó a esto. Me acerco a ella e intenta gritar, pero su boca amordazada no la deja, ni mucho menos logra librarse tras cada forcejeo, entonces decide llorar intentando conmoverme. Quisiera cubrir sus ojos, pero necesito que vea lo que voy a hacer, quiero que vea morir a su amante pedofílico. Vuelvo la cruz, en donde está crucificada, a la izquierda. Él a penas despierta de la influencia del narcótico que le di a beber antes en su trago de ron. Cadenas y grilletes en sus manos lo sostienen desde el techo de mi santuario profanado, y otras que surgen del suelo están aferradas a sus pies. Una vez consciente trata de darle sentido a su estado actual. Abofeteo su rostro y, aunque también está amordazado, sé que ya siente dolor. Eso estaba esperando.

– ¿Recuerdas lo que me hiciste? –le pregunto-. La mira a ella y asiente con la cabeza.

– Bueno, ya sabes lo qué te va a pasar –le digo-. Comienza a inquietarse. Forcejea un momento hasta que se da cuenta que es vano el esfuerzo. Se ve desesperado, un poco malhumorado, e invadido por un terror asfixiante. No sé si esas serán las reacciones últimas de los malditos violadores cuando saben que van a morir. Por fin ve que llevo un bisturí en mi mano y mueve la cabeza de izquierda a derecha negando su infortunio, clamando piedad.

– Mira, allí cavé profunda tu tumba para cuando mueras –le digo-. Quiero que estés cerca del infierno, tanto como me hiciste estarlo mientras me violabas.

Logro ver una lágrima que empieza a recorrer su asqueroso rostro, y tras ella surgen otras dirigidas al mismo punto, ahora sé que está arrepentido, pero ya es tarde.

– Acabaré lentamente con tu virilidad –le digo-. Quiero verte sufrir aún más de lo que yo sufrí. Sacaré tu ojo derecho; eso por haberte fijado en mí. Cortaré esas manos que osaron tocarme y mutilaré tu cabeza después de intentar encontrar tu corazón.

No alcanzo a diferenciar cuál de los dos está más aterrado, si él por su pre-muerte, o ella sin saber su suerte.

– Contigo aún no sé qué hacer –le digo a ella mientras me mira impactante-. No sé si cortar tus senos de madre para que no puedas amamantar a nadie en el otro mundo y sacar tus ovarios para que no vulvas a engendrar hombre alguno. O simplemente cortar tus venas y verte morir desangrada, y enterrarte con él para que estén juntos aún en su desdicha así como lo estuvieron en la mía. Ya habrá un momento para ver qué hacer contigo.

De inmediato comienza a llorar, a forcejear atada en la cruz con tal fuerza que prontamente se cansará de hacerlo. Miro el reloj. Justo son las cinco. Vaya coincidencia. Pronto caerá la tarde. Entonces esto será lo último que escriba. Ya es hora.

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