* Relato de una tragedia
(Por Rafael Jolie)

Una vez por semana ella me buscaba para contarme lo que pasaba en lo que una vez fue su dulce hogar. Ocasionalmente recurría a mi porque le daba el amor que su madre le negaba, se sentía segura a mi lado, sin ninguna preocupación. Recuerdo que en una ocasión me dijo:

– ¡Profe’, estoy aburrida de vivir en mi casa!

Me miró y esperó a que le preguntara el por qué:

– Mi mamita querida me pegó otra vez con la correa grande de mi papito porque mojé la cama y no le avisé, y esta vez me dolió más porque la correa estaba mojada –eso dijo mientras me mostraba la marca de la correa en sus piernas-. Sus ojos comenzaron a llorar y volvió la vista al suelo avergonzada por ese accidente. En otra oportunidad me contó que su querida madre le escupió en la boca sólo porque le dijo que no quería almorzar. Me dijo que había sentido una molestia en su estómago, y a pesar de haberle advertido, a esta no le importó. Su madre creyó que había sido una treta de la niña para no comer. La obligó a hacerlo y ella enfermó. No asistió a clases por una semana. Fui y la visité. Le regalé un osito de peluche, y lastimera me agradeció con una tierna media sonrisa; a su madre no le gustó el detalle y pronto me hizo retirar. Tanto mis colegas como el coordinador y el rector de la institución dimos aviso a la comisaría de familia. La madre fue detenida durante cinco meses por maltrato infantil, y en ese transcurso recibió ayuda siquiátrica. Luego de ser liberada, todo pareció cambiar para bien en ojos de Salomé, su hija de nueve años, pues ya se veía más alegre en la escuela. Fueron tres semanas de una vida familiar tranquila. Pero un día esa señora sorprendió a su esposo con otra mujer, y esto hizo que entrara en un ataque de cólera. Encerró a Salomé en su cuarto y esperó a su marido en la sala. Cuando llegó, ella no se hizo esperar y lo abofeteó. Él le respondió con su mano empuñada en la cara rompiéndole la nariz. Salomé escuchaba intranquila cómo su madre vociferaba cantidades de palabras que ni entendía, así es que se las arregló para salirse de su cuarto y disimuladamente se dispuso a averiguar lo que pasaba. En seguida ella huyó de casa como su padre le advirtió y fue a dar a la mía. Y esto me dijo mientras veía la angustia y el desespero en su pálido rostro bañado en lágrimas:

- ¡Profe’, profe’, escóndame que mi mamita me quiere matar como mató a mi papito!

Ni siquiera obvié sus palabras, pues sabía cuál era la situación en lo que una vez fue su dulce hogar. Pronto di aviso a las autoridades que no se hicieron esperar. Cuando llegaron sólo encontraron el cuerpo sin vida de Leonardo, el padre de Salomé; en realidad él era su padrastro. Él murió acuchillado. Alba Luz, la madre de Salomé, había dejado caer con tal fuerza algún cuchillo de la cocina en la espalda de su esposo y dos muy cerca al corazón. Acabó el día y Alba Luz no aparecía. Las autoridades me visitaron para saber el estado de la niña. Estaba dormida cuando la vieron. Primero la llevaron al hospital y allí estuve con ella hasta el amanecer. Luego la llevaron a la estación de policía donde unas personas del bienestar familiar la esperaban para hacerse cargo de ella. Pero me permitieron llevarla a mi casa, pues aún figuraba como su padre en su registro de nacimiento.

La relación que tuve con Alba Luz empezó a decaer al año que nació Salomé. El dinero que al principio les envié, ella lo gastó para conquistar a Leonardo, quien fue mi mejor amigo; ella no lo sabía. Él siempre respetó y cuidó de mi hija, y se lo agradecía. A través suyo le hacía llegar a Salomé todo lo necesario.

Tres días después de la tragedia la policía me visitó de nuevo. Habían encontrado el cuerpo sin vida de Alba Luz en las afueras del pueblo. Tal vez lo que hizo la llevó a suicidarse. Con el mismo cuchillo se había cortado el cuello. Sin querer, Salomé escuchó la noticia y no hubo una reacción preocupante en ella. Corrieron algunas lágrimas por sus mejillas, y luego me abrazó. Ya en la noche le conté que ella era mi hija. Me dijo que ese siempre había sido su sueño y ahora se sentía muy feliz. A la mañana siguiente la policía y los paramédicos me encontraron sobre la cama de mi hija llorando su muerte. Murió de un derrame cerebral que se le despertó debido a un anterior golpe que su madre le había manifestado. Cada noche antes de dormir Salomé me visita y entre dormido la escucho decir: ¡Buenas noches papito querido!

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