Cinco noches sin dormir
(Por Doranel R.J.)

Esta es la quinta noche en la que no he podido dormir. Creo que es por el frío de este lugar tan oscuro. Mi hermano, que es más grande que yo, me dijo: “¡Aquí te quedarás de ahora en adelante!” Cada vez que viene y abre la puerta, que hace ruidos como de chirrido, me deja un plato de arroz frío, frío, frío; me da comida una sola vez durante todo el día; él me lo dijo. Y, cuando me porto bien, me regala un dulce. Me he estado portando muy bien.

A veces, cuando todo está callado, cuando comienzo a escuchar a las cucarachas correr muy rápido por todas partes; por las paredes, por el piso, por mi cuerpo; escucho también a mi hermano que habla con alguien muy, pero muy quedito, quedito, quedito. Y más tarde escucho ruidos como de lamento: “¡Ah, ah, ah!”. Creo que mi hermano lastima a esas personas que trae. Eso me llena de alegría porque no lo hace conmigo, pero me da tristeza que se haya vuelto tan malo.

Con más frecuencia recuerdo la muerte de nuestros padres; murieron hace cinco meses. Todavía los extraño mucho. Un señor que se había metido a robar a nuestra casa les enterró un cuchillo en frente de nosotros; varias veces los acuchilló; y luego salió corriendo todo lleno de sangre cuando los mató. Mi hermano salió tras él y no regresó como hasta la medianoche. Yo lloraba, lloraba mucho al ver a nuestros padres, ahí, ensangrentados, con el estómago cortado y las tripas que se les salían.

Un día llegó un señor de corbata a decirnos que nuestros padres nos habían dejado una herencia. No sé qué es eso, no sé si se trataba de un dulce, o un nuevo juguete, no sé qué es eso porque a mí no me tocó nada. Sólo sé que han pasado cinco días desde la última vez que ese señor vino a visitarnos, cinco días en los que no he podido dormir, y no creo que mi hermano me deje salir de aquí pronto.

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